"Los cuentos que a los treinta me costaban varios meses de escritura, hoy a los sesenta me cuestan varias horas". 

El prestigioso escritor y tallerista argentino, nos habla de "25 noches de insomnio" su nuevo libro de cuentos.

Estás presentando 25 noches de insomnio, tu nuevo libro de relatos, publicado por la editorial Bärenhaus. ¿Qué nos podés contar acerca de este lanzamiento?
Me siento muy agradecido a la gente de Bärenhaus por el trato, tan humano y profesional. En una época en que el editor ha optado por hablar con el lenguaje del contable, mis actuales “socios” privilegian ante todo la literatura. Están muy contentos de que les haya llevado a ellos este nuevo libro mío, y trabajan en consecuencia. Desde el departamento de Arte, pasando por el de Prensa, no tienen más que buenas palabras y acciones. Se nota que ponen amor en lo que hacen, y Dios quiera que siempre conserven ese espíritu. Su director es una máquina de disparar ideas para mejorar la edición, que ha quedado sensacional, y fue quien aportó la bajada del título: 25 noches de insomnio es mío, en tanto que Historias que te quitarán el sueño es de él ―quien también me había pedido que incluyera en el título la palabra “insomnio”―. En un principio, el libro se iba a llamar Creepy, como un homenaje personal a la legendaria revista norteamericana de historietas de terror, que cuando yo era chico salió por Editorial Mazzone bajo el nombre local de Dr. Tetrik; pero por una cuestión legal no pudimos usar esa marca, y ahí fue que nos quedamos con 25 noches de insomnio. Título que, encima, me convence más que el otro, al margen del intento de homenaje. Mi adolescencia fue signada por aquellas maravillosas historias desbordantes de brujas, vampiros, zombis, necrófagos y licántropos. Más que a mi adolescencia, esos cuentos de finales asombrosos y contundentes, siempre impregnados de humor negro, signaron toda mi carrera.

¿Cómo nacieron las historias de "25 noches de insomnio"?
Esta pregunta queda contestada en lo que acabo de decir sobre Creepy al final de la respuesta anterior. Puedo agregar que en las últimas páginas de 25 incluí un comentario personal para cada relato, y que en dichas glosas cuento detalles de cómo se inventó tal o cual historia y qué circunstancias rodearon su creación. Vas a ver que con ellas los buenos críticos pueden hacerse un picnic. Y los buenos psiquiatras también: aunque a veces el pudor me pedía que me callara la boca ―varios de estos cuentos son muy autobiográficos―, en mis revelaciones traté de ser todo lo veraz y transparente que pude.

¿En qué te inspiras a la hora de escribir?
Concretamente en el estrepitoso suicidio de Occidente, cuyo actual discurso hegemónico evidencia que ha comprado todos y cada uno de los dogmas impuestos por el marxismo cultural. Ahí, en el relativismo que impone la posverdad, echa raíces el verdadero horror. Yo escribo sobre lo que me preocupa, y eso es lo que hoy más me preocupa, por decirlo suave. Y permitime que me explaye un poco en este tema. ¿No te da la sensación de que el mundo se está volviendo cada día más y más loco, aunque aparentemos cordura tratando de justificar concienzudamente cada desatino, cada paso hacia el abismo? ¿Cómo pueden coexistir en una misma cabeza, pongamos por caso, la defensa de los llamados derechos de los animales y la defensa del llamado derecho al aborto? ¿Porque acaso para los proaborto valdrá más un embrión de rata que el de un ser humano? ¿Cómo alguien que se jacta de ser tolerante, democrático y pluralista puede pretender tu muerte civil ―ya sea eliminándote de sus contactos, o bien impidiéndote una publicación, o negándote una entrevista― por ser tu único delito el haber hablado con sensatez y firmeza, apartándote así del sistema de normas y creencias imperante? Por discurso dominante entiendo aquel que proviene de los laboratorios de ideas, de las universidades, de los think tanks, de los grupos de presión y de los lobbies del Imperio Progre. Todos ellos, según la realidad lo demuestra a diario y a través de los medios y la publicidad, propician planes a corto plazo para la destrucción de la familia, y además influyen perversamente en la población para que simpatice con el pacifismo a cualquier precio, con la inmigración indiscriminada y el indigenismo, con el vaciamiento doctrinal de la Iglesia Católica, con el neopaganismo y la liberación de la droga, con el garantismo penal, el permisivismo “educativo” y con todas las demás lacras ideológicas que están convirtiendo al mundo en un antro de fieras. Ningún recurso ahorra el “filántropo” megamillonario George Soros en tirar abajo los tres pilares sobre los que basa su existencia toda sociedad, y que son Dios, Patria y Familia. ¿Ves? Si desde sus gabinetes los cráneos nos mantienen ocupados discutiendo entre nosotros la pavada esa del uso del “l@s”, el “les” y el “lxs”, por ejemplo, es para que nunca vayamos realmente a las cosas, parafraseando el célebre consejo que Ortega nos dio a los argentinos en 1939. Hoy, quienes celebramos cada 8 de diciembre la Inmaculada Concepción de la Virgen, tenemos que asistir perplejos al inminente lanzamiento, por parte de la oficina filatélica del Vaticano, de un sello postal que conmemora los quinientos años de la Reforma de los protestantes…, ¡quienes justamente niegan dicha Inmaculada Concepción! Al respecto, considerando la tremenda división que trajo la Reforma ―y que tantos mártires produjo―, ¿qué pensarías vos de la salud mental de una pareja que se gasta sus monedas en imprimir un recordatorio del día en que perdió a un chiquito? Y los tipos que declaman en contra de la pena de muerte y la tenencia y el uso legal de las armas son los mismos que en el Museo de la Revolución de La Habana se babean, la ñata contra el vidrio, ante la exhibición de los fusiles de Ernesto Guevara y de Camilo Cienfuegos. Dicho de paso, ya veo a más de un progresista lector de este reportaje crecerle los pelos por las incómodas verdades que está leyendo en este momento, lo cual demuestra fácticamente que tengo razón al señalar la falsedad de su cacareado democratismo. Falsedad ideológica que siguen exhibiendo cuando, al enrostrarles tales aberraciones, se montan en el eterno caballito de batalla de la revolución, aquel que intenta defender lo indefendible: “Todos tenemos nuestras contradicciones”, frase hecha que en la web figura en casi mil sitios. Quizás olvidan que una cosa es contradicción, y otra esquizofrenia. Como ves, en el fondo sigo inspirándome para mis ficciones en los zombis, en las brujas y en los hombres-lobo, monstruos que hoy cambiaron de piel y que seguirán siendo horribles aunque se echen encima perfumes de Armani o Dior para no apestar tanto. Por eso Pablo Di Marco declara en la contratapa de mi libro que 25 tal vez sea “la obra narrativa más políticamente incorrecta de la literatura argentina de principios de siglo”. Yo creo que no se equivoca. Uno no puede escribir los correctos sueños de otro, para así contentar a la gilada progre.

¿En qué género te sentís más cómodo, en el cuento o en la novela?
Cuando empecé a escribir Victoria entre las sombras, mi primera novela, experimenté la poderosa libertad de la escritura. Nunca pensé que podría disfrutarse tanto yendo hacia delante, centrífugamente. Es hermoso vivir en el tiempo la vida de los personajes, como si fuera la propia. Pero de eso han pasado unos veinte años, y con casi cuatro décadas de carrera y quince títulos bajo el brazo, hoy puedo asegurarte que disfruto tanto o más con las restricciones y deberes que te impone el cuento. Una novela puede ser imperfecta, pueden sobrarle ―incluso faltarle― muchas páginas. Pero con el cuento no hay caso: o es o no es, y no puede faltarle o sobrarle una sola sílaba. Por eso no puede haber un cuento malo, ontológicamente. Porque un cuento es malo cuando tiene más olor a anécdota, a crónica, a composición, a caso, a retrato psicológico, a prosa poética, a novela resumida. Fijate: un cuento malo no existe, porque, menos que un cuento, es cualquiera de los tipos textuales que acabo de enumerar.

¿Qué parámetro usaste para seleccionar estos cuentos de noches de insomnio, y no otros? ¿Te resultó difícil la elección?
No hubo selección alguna. Los relatos, tal cual se verán impresos en 25, fueron escritos en ese orden, uno detrás de otro. Podríamos decir que están presentados cronológicamente, de principio a fin. En lo que sí hubo elección fue en el rescate de tres o cuatro borradores y de textos que ya habían sido publicados en distintas versiones. A algunos simplemente los corregí, y con otros directamente los aproveché para hacer con ellos cosas diferentes. Reescribir es un ejercicio narrativo que recomiendo. Gracias a él resucité “La bolsa de arpillera” y “El tipo”, dos cuentos de El fantasma del Reich (Sudamericana, 1995) que me siguen gustando. De eso hablo en la Marginalia, esas glosas que te mencioné al principio de esta entrevista. Un dato simpático: tales comentarios están dedicados a Laura Massolo, mi editora del anterior libro de relatos, titulado La mayor astucia del demonio.

Tu última novela fue Victoria entre las sombras. ¿Pensás volver a incursionar en la novela? Referente a este punto, me gustaría preguntarte ¿Cuándo un escritor sabe que está listo para escribir su primer novela? ya que vos decidiste tomarte tu tiempo para debutar en este género. 
Después de publicar Victoria entre las sombras (Sudamericana, 2011), escribí dos novelas. Posiblemente saldrán entre 2018 y 2019. Una es Victoria en el infierno de las pesadillas vivientes, la continuación de la primera, y la otra se titula Macabra Artana, un gótico que escribimos en colaboración con Diana Biscayart, y que en su composición es bien tremendo y cargado de elementos muy negros. En cuanto a la segunda parte de la pregunta, resulta difícil de responder. Hay gente que está preparada para tener un hijo a los veinte, y hay quienes lo están a los treinta o a los cuarenta. En mi caso personal, recién cuando pude ejercer psicológicamente las virtudes de la continuidad y de la extroversión, me sentí con ganas de meterme en el tenaz universo de la novela. Después del placer desaforado que experimenté con Victoria, me juré que jamás volvería a escribir cuentos. Qué iluso.

¿Cómo va tu Taller de Corte y Corrección? ¿Qué novedades tenés planeadas para el 2018?
El taller va sobre rieles semana a semana, desde 1979, con numerosos escritores recién arrancando, o bien desplegando ya sus proyectos personales. Si hay algo que me fascina es ver crecer y volar sola a la gente que formé en el TCyC. Tengo todo un amplio sector de mi biblioteca en donde conservo los libros que se van produciendo fuera del taller. Autores como Pablo Di Marco, Claudia Cortalezzi, Miguel Sardegna o Pablo Forcinito, por mencionar sólo algunos nombres que hoy protagonizan la cultura, me llenan de justificado orgullo. Y justamente a fin de año tenemos prevista la publicación del tomo décimo aniversario de Cuentos de La Abadía de Carfax. La Abadía de Carfax es un círculo de escritores de horror y fantasía que fundé en 2005, y que integran mis mejores discípulos. En lo personal, si 25 tiene el éxito que tanto mis editores como yo esperamos, en 2018 lanzaremos 25 noches de insomnio II: desde julio de 2016 no puedo parar de escribir un relato tras otro, y a la gente que los va leyendo le encantan.

¿En qué etapa de tu vida literaria dirías que estás?
Dime de qué te jactas y te diré de qué careces, dice el conocido refrán, de manera que contestaré revelándote un hecho matemáticamente cierto: los cuentos que a los treinta me costaban varios meses de escritura, hoy a los sesenta me cuestan varias horas. Y encima mis críticos más despiadados dicen que son mucho mejores, menos mal. También tengo otra respuesta posible. Y te la daré citando a alguien que no pasó por el Taller de Corte y Corrección. Se trata de la dedicatoria autógrafa que me escribió el talentoso Nicolás Ferraro después de la reciente presentación de su segunda novela, Cruz (noviembre de 2017), publicada por Revólver Editorial: “Este Cruz es para Di Marco, contador de historias que pavimentaron el camino para los que venimos arrancando. Gracias por tu laburo y por acercarte”. Nunca mejor aplicada la metáfora de la cereza del postre.